Amsterdam

Mis pasos amarillos
rompen el hielo
amanecido en las calles lejanas
de cualquier puerto
no dejan huella
se evaporan las pisadas
en un crujir fugaz
no es terciopelo blanco la nieve envejecida
es cristal
añicos de la luna
opacidad de siglos caídos, al descuido del tiempo
silenciosa es la nieve
de silencio es el agua sin fondo, ni marea
silencioso el tranvía
sólo rompe el silencio ese crujir ansioso de pisadas que no vuelven
que no saben
aún
a que han venido.
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La niña

La niña que se instala en una banca rota

deja caer migajas a las palomas ciegas

mientras

las manos se vacían de signos y de huellas

de líneas agoreras de futuros perdidos

se vacían de sombras y de luces

La niña traza un sueño de tiza en el cemento gris de su esperanza.


La belleza de ti, la maravilla.

La piel herida por latigazos de celos

no puede dejar de recordar la tibieza de tu voz, cuando me quiere

no dejan los labios de besar tu recuerdo de sal y fuego

Maltrecho, el corazón no para de latirte

busca en todos sus rincones tu ternura

el poema que le has dado

aquella lágrima tuya

que me hizo heredera absoluta de tu tristeza

algo de tí, que te devuelva entero

un pedazo de pan de tu cariño.


El que busca encuentra

El que busca encuentra

alacranes

caramelos

pétalos secos

respuestas estampadas en todas las paredes

palabras olvidadas

viejas notas

facturas

cerrojos que se abren

la puerta abierta de la realidad

encuentra.


Un fragmento del muro

A veces, ni yo quisiera oírme, pero me asusta el silencio

y dejo rodar palabras vacías

sin sentido

sin eco

son esos días turbios

en los que el silencio es la caja de Pandora

que en un descuido se abre

y deja escapar los truenos de la angustia

el frío húmedo  y gris del desconsuelo

en esas horas lentas

quisiera

una frazada roja

una música viva que ocupara el espacio

el cálido aroma del café

una voz

tal vez

un fragmento del muro

un eco.


Esbozo

Rostro de mujer    Leonardo da Vinci

Dos líneas tiradas al descuido

a mano alzada

un boceto de vida

como una gota de acuarela

caída por error

sobre papel de estraza

una pregunta

un infinito de respuestas en los colores profundos de la noche

en la pálida y tersa transparencia del alba

en el ruido lejano de ciudades y playas

pincelada certera en rojo vivo

la corazonada pueril de ser dibujos, al inicio de las cosas

lo mismo que al final de un laberinto

una

seis

o mil soledades

tiritando desnudas

sobre un lienzo en blanco.


María paloma

El beso        Gustave Klimt

 

Desposeída, brillante, morena y relumbrosa, olorosa a agua de colonia y pan de vieja, María borda sueños y amapolas, amores y cariños, flores encendidas que nunca se marchitan. Es la pequeña casa que la habita, unas paredes de adobe agrietadas  por el tiempo, un horno encendido y  alimentado por el suave pan, que su madre vende, un suelo apisonado y fresco del olor a tierra mojada, unas cortinas floreadas en verdes y naranja, en lugar de puertas y ventanas, una pobreza que se huele confundida con el  tibio aroma del pan.  María entreteje listones y sueños tan largos como sus trenzas, no camina, vuela, porque la parálisis de sus piernas la mantiene a rastras, vuela bajito, y mientras, borda corazones y pensamientos, cintas y palomas, promesas de amor sin destino, palabras de hilaza y poesía, tiñe de rojo ansia,  las rosas seductoras de su pasión.  En ese mundo, entre orlas de encajes y bolillos, que se parecen al mar que no conoce, espera, sin esperar, espera.  Hoy es domingo primero de septiembre,  María está enamorada.  Miguel llega a buscarla y en su triciclo, improvisa un diván con las almohadas que ha bordado María, la eleva en sus brazos como a una novia, le acomoda las piernas necias, la besa, la lleva a pasear, cuesta abajo la calle polvorienta, minada de pedruscos, que hacen del viaje un sube y baja.  María se arrellana, como una princesa y ríe, el barrio enmudece, María vuela.